jueves, 30 de abril de 2009

Mi día especial...

Como lo anuncié más temprano, hice el recorrido por la ciudad, primera parada Estación Mapocho, con las fotografias de Luis Ladrón de Guevara "Desde la fotografía industrial hacia una estética de la producción" inicié mi recorrido...

para continuar con los pescadores de la niebla, donde pude apreciar las mismisimas momias chinchorro, lejos lo más impresionante, acompañada del sonido artificial del mar, le dieron a mi recorrido por la exposición un sentido más profundo a lo que mis ojos apresurados y sorprendidos capturaban...en la parte de atrás, el documental...que aclaro muchas dudas que surgieron en el momento, por cierto.
Y con mi astucia le saqué algunas fotos a las momias, pensé, si hago clases tengo que mostrar esto...
Continué...queriendo perderme en la cuidad...caminé por nuevas rutas, descubrí nuevos senderos para llegar al mismo punto...los lugares más pintorescos de la cuidad, colores fulgurantes guiaban mis pasos grises...mi mp3 me alejaba del ruido de la ciudad...cantó Calamaro "cada una de tus cosas" me hizo llorar...me senté en una plaza aislada, corte una flor...el último pétalo me dijo "poquito", yo no podía dejar de pensar en como todo lo que tuvimos, se escurre como arena en las manos...

Seguí mi rumbo sin rumbo...deteniéndome en cuánto objeto llamara mi atención, para registrarlo con la cámara...así llegué al Jardín Japonés...uno de los últimos lugares que visitamos juntos, cuando él me decía que lo llevaba a conocer "puros lugares lindos", casualmente ese también fue un día especial...

Caminé luego a la U, devolví un libro, y emprendí camino nuevamente....llegué hasta Santa Isabel...miré la banca afuera del metro que solía ser nuestro punto de encuentro...lo esperé sentada allí unos quince minutos, me devolví por Vicuña, y pasé por Marín...mi vista se quedó en las luces azuladas que destellaban un poco antes de la esquina...recordé la noche de Soda Stereo, y sus rabietas para que apagara la T.V...

Terminé con reunión revolucionaria...chorrillana con revolucionarios...y un posible viaje al norte pronto...si ese viaje resulta, será ese lugar el escogido para el nuevo comienzo...si no significa que tal vez deba esperar...(busco señales como Mathilde...no siempre son certeras, pero sirven para guiar los pasos, y los míos están desorientados...)

Fue un día especial...lo fue...sin embargo creo que estoy, de aqui a la luna en pasos de hormiguita, de sentirme plena, y disfrutar de esto sin su mano, sin sus pasos al lado de los mios...sin tenerlo para compartir mi asombro, mis conocimientos, mis inquietudes...

miércoles, 29 de abril de 2009

Haré de este día un día especial...





Desperté tarde, me quedé dormida otra vez, pero no es tarde, nunca es tarde.
Me levanté y esta vez sí tomé desayuno, me lo serví en la cama mientras veía televisión, saboree el dulce manjar cubriendo las almendras del queque que hizo la mamá, sorbos de néctar de naranja, sí mi sabor favorito, ese que él evita, me abrigo con un chaleco delgado la espalda, me siento en la cama y me pongo a tejer...es así como decido, hoy será mi día especial.
Prendo el computador por si hay alguna novedad, recibidos(1) en gmail, Felipe Zurita con buenas noticias, está enojado, pero hay buenas noticias, entonces me reafirma que hoy tiene que ser mi día especial...


Confiada en mis conocimientos, me tomo el día libre, y parto al Mapocho a ver dos exposiciones de fotografía con entrada liberada, si me alcanza el tiempo me voy al precolombino a ver "Pescadores de la niebla" y las momias chinchorro...Voy a cargarle música triste a mi mp3...
...caminaré por el Forestal hasta provi, quizás me tome un helado de máquina, y llegue al ampliado...

Voy a cargarle música triste a mi mp3, música triste para llevarlo conmigo...música triste para hacer de este día, mi día de la suerte, voy a cargarle música triste para que cada detalle haga de este día un día feliz...

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Prometo, que no voy a ocupar mis 64 pesos en él...

sábado, 11 de abril de 2009

एल एम्बराजो दे

Al recordar este pasaje de su vida, el pulso del enfermo comienza a latir con violencia; está reviviendo la etapa más intensa de su vida, aquella que le dejaría marcado, en cuerpo y espíritu, para el resto de la existencia que está a punto de espirar.

¡Qué felicidad sin dobleces transpiraba su amada el día que le comunicó su embarazo! ¡Cómo contrastaba la actitud de la joven con las dudas y temores que a él inquietaban! Al final, el amor venció todos los temores, la radiante Eloisa aseguraba que la concepción se había producido la tarde en que el temario de las clases señalaba el estudio del astrolabio, en recuerdo, si el hijo fuese varón llamarían con este nombre.

Cuando Fulberto fue consciente de lo que estaba aconteciendo, tras una primer acometida de indignación, aceptó lo inevitable, procurando imponer una solución que él consideraba razonable. Envió a Eloísa a Bretaña, a casa de una hermana, donde dio a luz un niño, a quien, conforme a lo previsto, pusieron por nombre Astrolabio, mientras que conminaba al padre para reparar por medio del matrimonio la falta cometida.

Abelardo accedió de buena gana a la proposición de Fulberto; pero, para estupor general, Eloísa, con diferentes argumentos, se opuso de manera radical a la boda. Tras un tenaz asedio, al final cedió de su postura inicial con la condición de mantenerlo secreto. Con esta reserva el matrimonio se celebró en París. El airado tío, tras esta primera victoria en la lucha por restaurar el honor perdido, presionó para dar publicidad al vínculo y de esta manera normalizar la situación a los ojos de la sociedad.

De nuevo se opuso Eloísa, quien llega a realizar un juramento formal de que jamás se hubiera casado. La actitud fomentó entre el tío y la sobrina, que vivía con él, una profunda desavenencia que degeneró en malos tratos, llegando la situación a tal extremo que Abelardo se vio obligado a buscar refugio para su esposa en un convento de Argenteuil, cerca de París.

Fulberto, creyendo que Abelardo quería obligarla a hacerse monja para librarse de ella, juró vengarse, y en breve encontró medio de ejecutar su feroz venganza. Sobornó a un criado del filósofo para que les franquease el paso, y una noche, entrando con un cirujano y algunos sayones en el cuarto de Abelardo, entre todos le castran huyendo a continuación.

Piensa Abelardo ¡Qué importa que la justicia apresase al criado y otro de los agresores¡ El castigo: igual mutilación y además la pérdida de los ojos, ¿Le permitirían volver a sentir la anterior pasión? Tampoco el destierro del canónigo Fulberto, al que se confiscaron todos sus bienes, podía reparar lo perdido.

Era el año del Señor de 1118, mis heridas corporales sanaron, pero mi vida entera cambió. Hube de renunciar a Eloisa, que profesó de monja en el convento de Argenteuil, no volviendo a vernos en el resto de nuestras vidas; según las leyes canónicas estoy incapacitado para ejercer oficios eclesiásticos viéndome obligado a ingresar como fraile en el monasterio de San Dionisio.

Las emociones han sido en exceso intensas para este hombre cansado, perpetuo inconformista, castigado de forma atroz en cuerpo y espíritu. El hilo de la memoria se interrumpe, reclina el cuerpo sobre el lecho, cierra los ojos, y mientras dedica un postrer recuerdo a la que nunca dejo de amar, las cartas resbalan de su mano y exhala su último suspiro.

एलोइसा य अबेलार्दो

«...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda su violencia pasada[…]»

Carta de Eloisa a Abelardo

La expresión del enfermo cambia de nuevo; la tristeza se troca en alegre melancolía. Está reviviendo aquellos momentos dichosos, ¡los más felices de su vida! en que la inicial admiración intelectual Eloisa hacia su maestro había derivado en una arrebatadora pasión por el varón que la enamoraba. Él no podía ser considerado novicio en lances amorosos, mas, a pesar de su experiencia, había correspondido a tanto ardor con un paralelo ímpetu que le hacía olvidar cualquier convencionalismo.

En la “Historia Calamitatum” reflejó aquellas sesiones en casa de Fulberto:

«...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libro s[…]»